Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia





Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia
Macel Proust
Hacer de este mundo un lugar más habitable para legarlo a nuestros hijos sin contaminantes esparcidos por todas partes ni radioactividad letal debería ser una prioridad para todo progenitor (padre-madre). La civilización actual sumida en la era tecnológica ha olvidado la ética básica para algo tan elemental como garantizar la vida y supervivencia de las futuras generaciones.

Vivimos en un planeta donde las tres cuartas partes de los recursos energéticos y los bienes que consumimos son de origen fósil. Sin embargo, la calidad de vida que nos proporciona el oro negro del petróleo sólo es accesible a un 20% de la población, entre la cual estamos los europeos. Pero este aporte energético que bombea nuestro sistema socioeconómico desde hace poco más de un siglo no es infinito. Por tanto, cada barril que consumimos es un barril menos, pero además cada barril utilizado son kg de CO2 lanzados a la atmósfera que crean  polución y efectos concomitantes como el calentamiento global del planeta. Aunque ya se haya repetido hasta la saciedad  hoy por hoy el 20% de la humanidad consume el 80% de los recursos naturales del planeta. En otras palabras  cerca del 80% de las personas que habitan este planeta vive sin nevera, sin lavadora, sin automóvil, sin televisión y sin teléfono y cerca de 2.000 millones no tiene acceso a la electricidad.

No basta con invertir cantidades de dinero para que los pobres sean menos pobres y puedan llegar a nuestro nivel en el futuro. El problema somos nosotros mismos, este 20 % de la humanidad que se ha convertido en modelo para el resto porque la opulencia siempre ha cautivado el instinto humano. Por tanto, no hay soluciones alternativas sino simplemente adoptar una nueva ética para corregir la situación actual, lo que pasa, nos agrade o no por reformular nuestro estilo de vida insostenible a todas luces.

Las grandes soluciones para el mañana son los pequeños cambios de hoy. Nacen del reconocimiento del error y se enmiendan aplicando de forma individual en gestos simples pero de forma masiva.  No es un problema de 0,7 % o 7 % destinado a la cooperación internacional. El problema se llama 80 % que es lo que consumimos unos pocos. Por tanto, en esto se basa la sostenibilidad en consumir de entrada la mitad de lo que hoy absorbemos, o sea en decrecer. Debemos detener la destrucción del capital natural y preservar el que aún queda como si fuera la más sagrada de nuestra herencia. En ausencia de lo sagrado no podremos sobrevivir. El reto principal es pues comprometerse no con uno mismo sino por sus hijos e hijas, un compromiso compartido creciente por decrecer, por la austeridad voluntaria y la simplicidad vital. En un planeta finito no es posible un crecimiento económico infinito ni tampoco una población humana sin control. Cuando cambiamos nosotros, nuestro entorno cambia. Tan viejo y a la vez tan sabio es este aforismo.





Modificado
09/02/2017

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