Cradle to cradle. De la cuna a la cuna

Está claro que nadie duda que sea una alternativa ecológica aquella que predica: reducir, evitar, minimizar, sostener, limitar, detener. Estos términos han sido los básicos en la mayoría de las consideraciones ambientales de la industria actual, la que, buscando un salida a la crisis de recursos naturales y energía, se propuso ser más eficiente. Ecoeficiencia  significa “hacer más con menos”, un precepto que en términos ecológicos no es nada aconsejable, puesto que, aunque es un concepto aparentemente admirable, incluso noble, no es una estrategia de éxito a largo plazo, porque no va suficientemente a las raíces. Ser eficientes desde dentro del mismo sistema tan sólo ralentiza el problema, aunque se pongan prescripciones morales y medidas coercitivas. Con el actual concepto de ecoeficiencia no se puede salvar el medio ambiente, ya que supone apoyar que la industria acabe con todo, de forma callada, persistente y completamente. Esta es la tesis del libro Cradle to cradle (De la cuna a la cuna).

El término ecoeficiencia fue oficialmente promovido por el Business Council for Sustainable Development (Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible), un grupo de 48 promotores industriales que incluía industrias nada ecológicas como Dow Chemical o DuPont entre otras. Se debe a este grupo las famosas tres “R” del movimiento –reducir, reutilizar, reciclar– que tan populares se han hecho entre la vanguardia ecologista. Evidentemente, reducir el consumo de recursos, el uso de energía, las emisiones y los residuos resulta también beneficioso para el medio ambiente –y para la moral de las personas, pero hay que insistir que tan sólo alarga la agonía del sistema.

En nombre de la ecoeficiencia se ha propuesto limitar la cantidad de emisiones peligrosas producida por la industria. Sin embargo, al ritmo actual, puede ser que no sea suficiente para evitar las desastrosas consecuencias para los ecosistemas.  Reutilizar residuos por parte de algunas industrias es encomiable, pero no evita la propia toxicidad de los mismos durante su manipulación. En muchos casos, esta “reutilización” tan sólo sirve para trasladar el problema de un sitio a otro

Portada del libro editado por McGraw-Hill.


Debemos admitir que nuestro mundo sobrevive con diseños que son destructivos y poco inteligentes. Podemos promover normas, pero en realidad –como lo demuestra la “compra venta de emisiones” propuesta por el propio Protocolo de Kioto– no hacemos más que legalizar licencias para dañar. Este permiso puede autorizar que una papelera en el sudeste asiático pueda verter productos clorados a las aguas, provocar enfermedades a la población local y destruir los ecosistemas, estando dentro de la legalidad.

Evidentemente, la  ecoeficiencia aplicada a una vivienda permite ahorrar energía, gracias al aislamiento en paredes y ventanas, reduciendo así la carga sobre los sistemas de aire acondicionado del edificio para su refrigeración, y por ende disminuyendo la cantidad de energía utilizada proveniente de combustibles fósiles. Pero no parte de la idea clave, que está en el diseño mismo de la propia vivienda.  

La diferencia entre un edificio ecoeficiente y la ecoefectividad es la que existe entre una vivienda iluminada con bombillas fluorescentes compactas de bajo consumo (porque tiene ventanas pequeñas, está mal orientada, etc.) y la que ha sido diseñada para que sea soleada, repleta de luz natural y aire fresco, en definitiva, agradable para vivir.  La ecoeficiencia no cuestiona las prácticas y métodos básicos que hasta ahora han contribuido a degradar el planeta, aunque gracias a la misma lo hagamos más despacio. Por contra, la ecoefectividad propugnada por William McDonough y Michael Braungart significa trabajar sobre las cosas correctas –sobre los productos, los servicios y los sistemas correctos–,  en lugar de hacer que las cosas incorrectas sean menos malas. Una vez que se están haciendo las cosas correctamente, entonces sí tiene sentido hacerlas “bien” con la ayuda de la eficiencia, entre otras herramientas.

La ecoefictividad es un nuevo paradigma para el diseño de nuestro mundo. Un diseño que abarca desde la  visión del objetivo inicial hasta el producto o sistema que lo compone, hasta considerar la totalidad. En realidad, la perspectiva ecoefectiva es una innovación tan extremada que provoca algo completamente distinto a lo ya conocido. No propone soluciones necesariamente radicales, sino un cambio de perspectiva. Una nueva perspectiva que debe seguir y conservar los ciclos de la naturaleza y que debe verse no tanto como una disciplina, sino como una declaración de compromiso.

Ilustración de la obra original en inglés en el que se sintetizan los ciclos que debe seguir la nueva industria.


En Cradle to cradle. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas, los autores del término ecoefectividad lo sintetizan en los siguientes puntos:

• Construcciones que, al igual que los árboles, produzcan más energía de la que consumen y depuren sus propias aguas residuales;
• factorías que produzcan como efluente agua potable;
• productos que, una vez finalizada su vida útil, no se conviertan en basura inútil, sino que puedan ser devueltos al suelo para que se descompongan y se conviertan en alimentos para plantas y animales y en nutrientes para la tierra; o, en caso contrario, que puedan ser reincorporados a los ciclos industriales para proporcionar materias primas de alta calidad para nuevos productos;
• materiales por valor de miles de millones, incluso de billones de dólares, recuperados anualmente para usos humanos y naturales;
• medios de transporte que mejoraran la calidad de vida al tiempo que distribuyen productos y servicios;
• un mundo de abundancia y no uno de limitaciones, polución y desechos.

 

Ficha técnica
Título original: Cradle to cradle
Autor: Michael Braungart y William McDonough
Editorial: McGraw-Hill
Año de publicación: Madrid, 2005

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