Cuando la vergüenza viaja en barco, en forma de agua potable




Cuando la vergüenza viaja en barco; en forma de agua potable
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Cada gota de agua cuenta y el ahorro de cada ciudadano es importante, pero más lo es gestionar la demanda.
Gota a gota vamos dilapidando un elemento vital.
El grifo mágico pensamos que lo puede diluir todo, incluso la incompetencia política.
La verguenza a precio de oro. El primer  barco de transporte de agua llegando a Barcelona el 14 de mayo 2008
En plena sequía climática los promotores inmobiliarios y los ayuntamientos siguen autorizando piscinas privadas.
La Fuente de la Cibeles en Madrid, con agua recuperada de depuradora tratada.




Llevar en barco agua, unos 20 millones de litros -el equivalente a un día de consumo de una población de unos 180.000 habitantes, que tiene un coste medio de unos 280.000 euros- cuando el agua suministrada a diario por el área de la conurbación de Barcelona es de 900 millones de litros, supone un auténtico disparate. Claro que el plan de traer agua en barco va a tener una factura de unos 53 millones de euros (un beneficio para empresas multinacionales) para hacer hasta 189 viajes en los próximos tres meses  y aportar, eso sí, menos agua que con un plan con un coste mucho menos lesivo para todos los bolsillos, como sería haber realizado los deberes para crear una red de agua reutilizada de las depuradoras.

Sin duda la sequía es pertinaz y ha amenazado el consumo doméstico, pero también es cierto que más allá de los ahorros domésticos, el tema está en reconvertir los regadíos agrícolas para que sean más eficientes, pues son ellos los que más agua consumen. Aunque lo paradójico es que el agua en barcos llegue cuando los embalses alcanzan el 30 % de su capacidad (181 Hm3). Pero mucho peor es el vaivén regulatorio en el tema de prohibir primero y después autorizar el llenado de piscinas y riego de jardines. No digamos tampoco lo inapropiado de un trasvase temporal que tiene un coste de 180 millones de euros, ya que antes de que estas medidas de emergencia se tomaran hubo tiempo suficiente par que se gestionara con tino la crisis del agua. 

La imagen de los barcos llegando a Barcelona podría ser pertinente ante una ciudad devastada y con una población al borde de la tragedia, pero nada de esto es verdad. Las lluvias hasta finales de abril indicaban la necesidad de restricciones para Octubre, pero ahora ya se ha pospuesto hasta Junio del 2009, porque la lluvia caída entre el 9 y el 11 de mayo 2008 en Barcelona es de 7.500 millones de litros, lo que equivale a 400 barcos cisterna. Barcelona dispone de depósitos para aguas pluviales con una capacidad total de unos 300.000 metros cúbicos litros, pero no pueden aprovecharse porque los sumideros callejeros no están segregados de la red del alcantarillado. Estas aguas pluviales -no mezcladas con aguas negras como en la actualidad- podrían reutilizarse para riego y baldeo, pero para ello serían necesarias infraestructuras que no se han acometido. La creación de la Mesa Nacional de la Sequía -nunca mejor dicho- es, pues, papel mojado.

Lo mismo podríamos decir de los edificios urbanos, que con una mínima inversión podrían recoger separadamente el agua pluvial y, en una segunda red, impulsarla con bombeo solar para usos no higiénicos como lavar la ropa, el váter o el riego de espacios públicos. Se hacen parkings pero no se obliga a depósitos de aguas pluviales enterrados. Pero claro, en el fondo de la cuestión está el beneficio para las empresas de suministro que, como AGBAR, se hacen de oro con las malas políticas para fomentar el ahorro de agua. Se da la realidad, por ejemplo, de una comunidad de vecinos de la Vila Olímpica de Barcelona, cuyas viviendas están rodeadas de jardines para los cuales gastan algo así como 6.000 euros/año en agua para el riego. Y es legítimo que un jardín se riegue, aunque podría haberse diseñado con técnicas de xerojardineria. Los jardines urbanos son un espacio para la biodiversidad, pero en el caso mencionado, que conozco bien, lo chocante es que debajo del subsuelo de estas viviendas de la Vila Olímpica hay agua freática suficiente, que además les inunda sus parkings, pero el ayuntamiento les prohibe captarla y de este modo poder ahorrar agua potable (todo sea por los pingües beneficios de AGBAR). Aunque no es el único caso de sinrazón en el tema del agua en esta ciudad. Hay más. El agua de baldeo que se usa para limpiar las calles en Ciutat Vella es de la red de agua potable, y lo digo porque vivo en este barrio. Además, hay 10.000 viviendas que no tienen agua directa, eso quiere decir que va a depósitos y que se paga lo que se llama “una pluma”, y que si no se gasta se pierde.

El mundo ha puesto los ojos en Barcelona por la llegada de agua en barco, cuando tiene en su haber el ser una de las ciudades del planeta que menos agua gasta. Alguna cosa, pues, no funciona y sin duda es la gestión política del agua. Nuestros gobernantes se gastan el dinero público en dispendio fungible en lugar de en inversión duradera por una Nueva Cultura del Agua. Una cultura del ahorro y de la gestión de la demanda que no se ejerce para nada. Más allá de la polémica de las piscinas, podríamos enumerar que en Barcelona parques públicos como el de Diagonal Mar se mantienen con agua potable, además de muchas de las fuentes públicas que tampoco tienen sistemas de recirculación. Los del Ayuntamiento de Barcelona no se atreven a usar agua freática, porque así se evitan el invertir en una red monitorizada de control bacterológico, que les permitiría aprovechar las aguas freáticas que inundan el metro o el Liceo (y que se lanzan al mar). En cambio, en Madrid se han empleado a fondo en las aguas freáticas y reutilizadas invirtiendo desde hace años, pero aquí nada de nada. O sea, que no puedo sino sentir vergüenza ajena por quienes estamos gobernados que, además, tienen el poco pudor ético de llamarse ecosocialistas.

Se podrá escribir mucho sobre la sequía y los barcos y los trasvases, pero está claro que como decía el Dr. Narcís Prat, limnólogo de la Universidad de Barcelona, el gobierno debería decidir “entre los intereses del agua o del cemento”. De nada sirve para cambiar las decisiones esta opinión humilde de un ecologista que se aplica en lo del ahorro personal del agua, cuando se han  recuperado más de 30 Hm3 en unas pocas lluvias. Y si tenemos en cuenta que todos los barcos no traerán más de 2,5 Hm3 a un precio, y lo repito, de 53 millones de euros, pues resulta un verdadero escándalo político. Pero aquí nada de nada, todos siguen en sus puestos.

A veces uno desearía que un tifón arrancara a tanto inepto de sus poltronas y nos dejaran en Paz en nuestro pequeño planeta. Porque, al final, la crisis del agua en Cataluña en realidad es una crisis de gobierno. En Madrid, que no tienen mar donde echar el agua que sale de las depuradoras a través de emisarios submarinos, le dan un tratamiento complementario del terciario y la convierten en agua para riego y baldeo e industrias. Además, en Madrid permiten llenar piscinas, pero ejercen un control de las mismas, por lo que las obligan a la recirculación y depuración para que se pierda la mínima por evaporación. O sea que, digan lo que digan, como argumentaba Pedro Arrojo, presidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, “peor no se podía hacer”. Para que luego digan que llueva… por más que llueva, sin políticas aquí se dilapida el agua útil para que las empresas suministradoras puedan seguir siendo ricas y erigiendo cipotes en medio de la ciudad, eso sí, iluminado con leds, para consumir menos energía. Menuda hipocresía colectiva del tamaño de un barco de 145 metros de eslora.


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09/02/2017

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