Nosotros alimentamos al mundo

Cartel promocional de la película Nosotros alimentamos el mundo.

Nosotros alimentamos al mundo es una denuncia del negocio de la globalización de los alimentos. Una película sobre la comida y la globalización, sobre pescadores y agricultores, camioneros y ejecutivos corporativos, sobre la circulación de productos y del dinero, sobre la escasez rodeada de la abundancia. Con sus imágenes inolvidables, la película nos informa sobre la producción de nuestra comida y nos dice por qué tenemos algo que ver con el hambre en el mundo.

- Todos los días, la cantidad de pan que no venden en Viena y devuelven para tirar sería suficiente para el suministro de Graz, la segunda ciudad más grande de Austria.

- Unas 350.000 hectáreas de tierra agrícola, sobre todo en Sudamérica, están dedicadas al cultivo de soja para alimentar al ganado de Austria, mientras el 25% de la población local pasa hambre.

- Cada europeo come al año diez kilos de verduras artificialmente irrigadas en invernaderos en el sur de España, provocando con esto escasez de agua.

En Nosotros alimentamos al mundo, el cineasta austríaco Erwin Wagenhofer explora los orígenes de nuestra comida. La idea original parte de ver de otro modo el mercado más famoso de Viena, el Naschmarkt, para echar un vistazo detrás de las cortinas. ¿De dónde viene todo eso, de dónde vienen los tomates y los demás productos? Pues de España, y que un producto tan sencillo como un tomate tuviera que viajar tres mil kilómetros antes de llegar a su destino sirvió de historia principal, pero en realidad todo el documental es un viaje por Francia, España, Rumanía, Suiza, Brasil y luego de vuelta a Austria.

El guía en la película es una entrevista con Jean Ziegler, Ponente Especial de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación. También entrevistan a pescadores, agricultores, biólogos y al director de producción de Pioneer, la empresa de semillas más grande del mundo, igual que a Peter Brabeck, director general de Nestlé International, la empresa de alimentación más grande del planeta. Nosotros alimentamos al mundo tiene el mérito de haber captado imágenes increíbles sobre el proceso productivo de los alimentos. El director explica a qué atribuye este logro: “El motivo es mi enfoque. Nunca aparezco con la cámara primero; al contrario, muchas veces voy cuatro o cinco veces solo. Lo llamo construir confianza. Y no ridiculizo a esta gente. Eso se ve en la película. Estoy muy orgulloso de ello. No me río de nadie, ni siquiera de Brabeck, el jefe de Nestlé. Me reúní con Brabeck igual que me reuniría con cualquier agricultor aquí en Austria, y la gente es consciente de ello. Por eso la gente dice que sí. De todas formas, nunca nos interesaba lo ilegal, ¡eso es muy importante!, sino cómo son las cosas bajo las condiciones normales y legales. No hay nada en esta película que se salga de la estructura legal, es todo transparente. No hay trampas en la película, eso nunca me interesaba, es decir, envían las patatas de Munich a Trieste y allí les ponen un sello y las mandan a Regensburg donde las empaquetan, y luego las transportan a Budapest para hacer patatas fritas... eso no me interesa. Todo sistema legal tiene trampas. Igual que los primeros capitalistas, la gente siempre quiere intentar ganar dinero fácil; luego los jueces se dan cuenta, corrigen el fallo y se acabó. A mí me interesan más las cosas a largo plazo. Lo de España lleva así desde los años 60, como nos dijo nuestro guía Lieven Bruneel. Cosas así se organizan y crecen y se vuelven más complejas y ahora tienen la escasez de agua y otros problemas. Nosotros queríamos saber cómo se hace el trabajo desde el principio. ¿Por qué van tantos africanos a trabajar allí?”.

La producción de alimentos industrializada nos deja estampas que difícilmente tragaríamos si fuéramos conscientes de ellas.

Al final, esta película no es sólo para la reflexión, sino para pasar a la acción. Como dice Jean Ziegler: “En la sociedad civil somos todos consumidores, vamos a los supermercados, tenemos que comer, cada uno de nosotros tiene que ir de compras y ahí podemos decidir. Eso sí que es poder. No querer tomates en Navidad, no querer fresas en Navidad, no querer que esos productos tengan que viajar tres mil kilómetros sólo para llegar hasta nosotros. No querer que nuestros animales se coman toda la selva brasileña y sudamericana. Nosotros, ¿quién si no?”.

 

Ingeniría genética en la agricultura

"Tenemos que acostumbrarnos a la idea de que ya no queda ninguna comida que no esté manipulada genéticamente". Karl Otrok, Director de Producción, Pioneer Rumanía

Austria es un país que se considera libre de la ingeniería genética. Hasta ahora, ningún organismo transgénico ha sido puesto en circulación y los supermercados austríacos tienen poquísimos productos que contengan elementos genéticamente modificados. Sin embargo, la ingeniería genética ha entrado en la agricultura austríaca por la puerta trasera a través de los piensos para los animales.

La producción doméstica de piensos no es suficiente para cubrir las necesidades de proteína de la industria de ganado austríaca. Austria importa unas 550.000 toneladas de soja al año, de las que, según Greenpeace, un 60% está modificada genéticamente. Aunque la ley ha exigido que estos piensos sean etiquetados como GM desde 2004, no hay ninguna obligación de etiquetar productos secundarios como carne, huevos o leche que provienen de animales que han comido estos piensos. Pocas pruebas se han llevado a cabo para establecer el efecto que esto pueda tener sobre los organismos animales o humanos. Lo que sí es evidente es que el cultivo a gran escala de soja genéticamente modificada en países como Argentina, está teniendo consecuencias enormemente negativas. La práctica de fumigar los cultivos ha subido drásticamente, los bosques están disminuyendo y la situación alimenticia de los habitantes se ha deteriorado dramáticamente. En todo el mundo hay más de 60 millones de hectáreas en las que se están cultivando plantas genéticamente modificadas. El 99% en Canadá, Argentina, China y EEUU. Principalmente son cultivos de soja (58%), maíz (23%), algodón (12%) y colza (7%).

Dentro de la UE está creciendo un movimiento de consumidores, incluyendo agricultores, que están en contra de la entrada en circulación de organismos transgénicos y alimentos GM. La reacción de la UE ha sido anunciar una moratoria –a pesar de la fuerte oposición de la Organización Mundial de Comercio– sobre la importación de semillas genéticamente modificadas, en vigencia hasta 2004. Desde entonces, las leyes de la UE han exigido que toda la comida que contiene algo GM sea etiquetada. Y desde entonces, la ingeniería genética se ha infiltrado cada vez más en la agricultura de Europa Central y Europa del Este, especialmente en estados recién admitidos como Bulgaria, Rumanía y Croacia.

Todos los días, la cantidad de pan que no venden en Viena y devuelven para tirar sería suficiente para el suministro de Graz, la segunda ciudad más grande de Austria.

 

Excedentes y hambre

"Cada cinco segundos se muere un niño de hambre. Un niño que se muere de hambre es realmente un asesinato". Jean Ziegler, Ponente Especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación

Un cuarto de los desechos residuales de Viena consiste en comida no consumida, y la mayoría de ella es perfectamente comestible. Al mismo tiempo, el número de gente con hambre en el mundo está creciendo sin parar: 852 millones de personas sufren de malnutrición, la mayoría en África y Sudamérica. Incluso en los países desarrollados, unos diez millones de personas no tienen suficiente para comer. Más de cinco millones de niños mueren por malnutrición cada año según un informe de la FAO, la división de alimentación y agricultura de la ONU que tiene su sede en Roma.

Pero este problema podría controlarse. Por un lado, según los cálculos del Programa de Desarrollo de la ONU, en teoría se produce suficiente comida en todo el mundo para alimentar a toda la población, pero, por el otro lado, en los últimos años, treinta países han conseguido reducir momentáneamente la malnutrición por lo menos un 25%. Desde 1948, el derecho a una alimentación suficiente para asegurar la salud y el bienestar de una persona ha sido reconocido como un derecho humano básico, un derecho que ha sido confirmado una y otra vez por Naciones Unidas. Por lo tanto, hay declaraciones de intención, recursos y conocimiento para luchar contra el hambre.

A nivel internacional y doméstico, el problema queda en la falta de voluntad política. Los intereses económicos suplantan las necesidades sociales y ecológicas. Acuerdos como los de la Organización Mundial del Comercio se implementan con más rapidez que los que apoyan el desarrollo sostenible. Sin embargo, hay una contradicción fundamental entre la lucha contra el hambre y la necesidad económica. El informe actual de la FAO dice que la inversión necesaria rendiría mucho más de lo que costaría. Esto es lógico, dado que el hambre deja a la gente enferma y poco productiva, obligándola a consumir recursos naturales en su ambiente inmediato sin considerar lo que se puede sostener. No obstante, una política seria contra el hambre sólo beneficiaría a las economías nacionales, y no a las empresas multinacionales que tienen influencia a nivel internacional.

 

Industrialización y agricultura

"Al mercado sólo le importa el precio. El gusto no es realmente una consideración". Hannes Schulz, Criador de Pollos

La industrialización a gran escala de la agricultura en Europa, que empezó después de la Segunda Guerra Mundial y se ha extendido de forma masiva desde entonces, no sólo ha provocado cambios considerables en el paisaje, sino que ha alterado el equilibrio de la naturaleza en muchos lugares: pantanos que han sido drenados, tierras que han sido extendidas, arrasadas y niveladas para poder trabajarlas con maquinas enormes, se han creado sistemas gigantes de irrigación, se aplican más toxinas para fertilizar y controlar los insectos, se han desarrollado nuevas variedades que remplazan con pocas opciones la amplia variedad que antes florecía. Las consecuencias: la pérdida de diversidad en la naturaleza y las especies, agua limitada y la contaminación de las tierras, los ríos y los organismos vivos.

La agricultura industrial es responsable de casi el 10% de las emisiones de CO2 producidas en la UE. El motor detrás de este desarrollo durante los últimos cincuenta años ha sido la política agrícola de la UE. El presupuesto para agricultura es igual que la mitad de todo el presupuesto de la UE: unos 47 mil millones de euros al año. Antes se subvencionaban los niveles de producción –cuanto más producía un agricultor, más apoyo económico recibía de la UE–, pero en los últimos años los agricultores están recibiendo dinero basado en cuántos metros tienen en los terrenos que cultivan o cuántos animales tienen. Los dos sistemas premian exclusivamente los incrementos en producción, la intensificación y la tendencia hacia granjas más grandes. Sufren no sólo el medio ambiente y la seguridad sanitaria, sino también la diversidad y la calidad de nuestra comida. Unos cuantos cultivos están ocupando superficies cada vez más amplias.

Entre 1975 y 1995, más de 1,4 millones de agricultores perdieron su negocio en Europa. Los países más afectados son Italia, España, Portugal y Francia. En estos cuatro países, el número de personas empleadas en la agricultura disminuyó por lo menos un tercio entre 1987 y 1997. Entre 1990 y 1995, el número de explotaciones que se cerraban por la edad de los agricultores, que o bien habían llegado a la edad de jubilarse o bien recibieron ayudas a cambio de dejar su actividad económica, creció con rapidez. Durante este periodo, cuando Europa tenía doce miembros, más de un millón de agricultores perdieron su negocio. Más de 550 explotaciones cerradas cada día. Esta tendencia ha seguido igual desde 1995. Desde el año 2003, las subvenciones están vinculadas al cumplimiento de condiciones respetando la protección del medio ambiente, la seguridad alimenticia, la salud del ganado y las plantas y el trato de los animales, aunque para las organizaciones medioambientales y de protección de consumidores no es suficiente.

La visión de comida en la basura produce desazón, pero además es inmoral por la cantidad de personas que mueren de hambre cada día.

 

Injusticia subvencionada

"Si vas al mercado en Senegal puedes comprar productos europeos por un tercio del precio local. Un agricultor senegalés no tiene ninguna posibilidad de ganarse la vida". Jean Ziegler, Ponente Especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación

En 2004, los estados de la OCDE subvencionaron su agricultura con 226.000 millones de euros. Sin embargo, dentro de la OCDE hay muchas diferencias. Por un lado están Australia y Nueva Zelanda, que subvencionan sus agricultores con menos del 5%, y por otro lado están Islandia, Noruega y Suiza, que subvencionan con más del 70%. Con un 34%, la UE está un poco por encima de la media, que es el 30%.

Una gran parte de estas subvenciones lo son de exportación: ayudan a vender en el mercado mundial productos agrícolas superfluos que no pueden venderse en mercados domésticos. Esta reducción artificial de precio baja los precios globales, haciendo que la agricultura en muchos otros lugares del mundo no sea rentable. Incluso los cálculos conservadores del Banco Mundial reconocen que las subvenciones agrícolas de las naciones ricas privan a los agricultores en países pobres de un mercado de al menos 30 mil millones de dólares. Al mismo tiempo, el Banco Mundial dice que, aunque suena absurdo al principio, si quitaran las subvenciones el sector agrícola se vería beneficiado con 250 mil millones de dólares, aunque sea con una distribución más justa: países con sueldos bajos y medianos se verían más beneficiados con unos 150 millones de dólares. Mientras que en países ricos como los de la OCDE, sólo un 5% de la población trabaja en la agricultura y sólo contribuye un 2% al producto nacional bruto, en países en desarrollo la media es del 36% del PIB y emplea a un 70% de la población que trabaja.

El informe de la FAO titulado El Estado de los Mercados Agrícolas y de las Materias Primas subraya que unos dos mil millones y medio de personas en los países de desarrollo dependen directamente de la agricultura y, por lo tanto, se ven más afectadas por las fluctuaciones en los precios de la alimentación.

 

El largo camino del campo a la mesa

"Estos camiones van llenos de soja. Recogen su carga en el norte de Mato Grosso. De allí se transporta la soja 2.500 kilómetros hasta el Puerto. Y desde allí la soja se exporta". Vincent José Puhl, Biólogo (Brasil)

La lógica loca de transportar la comida distancias largas ha entrado en el conocimiento común, sobre todo, a través del enfoque en el transporte de animales vivos por todo el continente y también de ejemplos curiosos como el de las patatas alemanas que son transportadas hasta Polonia para ser lavadas antes de ser transportadas de vuelta para ser vendidas en Alemania. Un estudio de la Academia ÖAMTC en 1997 reveló que un desayuno típico vienés con todos los ingredientes: pan, jamón, queso, leche, azúcar, huevos, yogurt, y bebidas, todo con origen austriaco, es el resultado de al menos 5.000 kilómetros de carretera. Si te das el capricho adicional de un kiwi neozelandés, puedes añadir otros 1,250 al total, y eso después de 20,000 kilómetros en un buque de carga.

En 2002, un análisis del transporte hecho por la Cadena de Creación del Valor de la Alimentación Austriaca reveló que el camino desde el campo hasta la mesa se está alargando. En los últimos 30 años el rendimiento de la parte de la cadena que ocupa el transporte ha subido un 125%. Detrás de este desarrollo, donde los productos de alimentación viajan miles de kilómetros y son más baratos que los productos locales, están la mano de obra barata y subvenciones estatales para la producción y el transporte.

Todo eso perjudica a la gente, empezando por las condiciones de explotación en los lugares de producción y siguiendo por el transporte de cargamento. Y perjudica enormemente a la gente que vive en las rutas del transporte, igual que perjudica la salud del consumidor de un producto que sólo puede sobrevivir un viaje tan largo con la ayuda de sustancias químicas. El medio ambiente también sufre, desde el impacto directo de los contaminantes por un lado y el alto uso de energía y su contribución añadida al cambio climático por el otro. Por ejemplo, un kilo de fresas que viene en avión desde Israel cuesta casi cinco litros de petróleo antes de llegar a la estantería del supermercado, mientras que un kilo de fresas de una granja austríaca sólo usa 0,2 litros. Pero no sólo es nuestra comida la que viene de todo el planeta. Los días en los que los piensos que alimentan al ganado austríaco venían exclusivamente de campos austríacos, praderas y pastos alpinos son historia. En Centroamérica y Sudamérica unas 350.000 hectáreas de soja son cultivadas para la industria de ganado austríaca. Es la misma cantidad de tierra que se utiliza en Austria para cultivar cereales.

 

Ficha técnica
 
Titulo original: We feed the world
Guión y Dirección: Erwin Wagenhofer
Intérpretes: Jean Ziegler, Peter Brabeck, Karl Otrok
Música:Helmut Neugebauer
Sonido: Helmut Junker
Productor: Helmut Grasser
Productor Ejecutivo: Katharina Bogensberger
Païs: Austria
Duración: 96 minutos
Género: Documental
Distribuye: Karma Films
Año: 2004-2005

 

Contenidos de este artículo extraídos del press book de Karma Films y elaborados por Fundación Tierra.

 

Changed
09/02/2017

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