Conferencia de los Bioneros: todo está vivo, todo está conectado, todo está relacionado (4/4)




Conferencia de los Bioneros: todo está vivo, todo está conectado, todo está relacionado (4/4)
Octubre de 2008 - Artículo cedido por Poc a poc 

Como dijo una vez Richard Deertrack, líder de los Taos Pueblo de Nuevo México, en la Conferencia de los Bioneros, “desde el punto de vista de una planta, todos los humanos somos más o menos iguales”. Desde la perspectiva del planeta, somos una sola especie. Si no hay nada que haya conseguido unir a la humanidad lo suficiente para ver más allá de nuestras diferencias culturales contrapuestas, la amenaza de un colapso ecológico global tal vez nos hará finalmente recapacitar.


Algunos de los conferenciantes de la edición 2008 de Bioneers: Naomi Klein.


Algunos de los conferenciantes de la edición 2008 de Bioneers: Rebecca Moore.


Algunos de los conferenciantes de la edición 2008 de Bioneers: Ray Anderson.


Algunos de los conferenciantes de la edición 2008 de Bioneers: Sandra Steingraber.

Algunos de los conferenciantes de la edición 2008 de Bioneers: Lucas Benítez.

Kenny Ausubel. Somos testigos de la batalla final de una civilización en guerra contra el mundo natural y contra nosotros mismos. La cuestión primordial es cómo haremos las paces, con la Tierra, con los demás, con nosotros mismos.

El reto al que nos enfrentamos no es ante todo tecnológico. La crisis medioambiental es, más exactamente, una crisis humana. Para salir bien de esta transición trascendental, se nos exige cooperar a gran escala. Requiere el equivalente de una movilización de guerra, sin embargo su objetivo es precisamente lo contrario: es crear la paz.

Para llegar al otro lado, vamos a tener que encararnos con las profundas heridas de nuestras sociedades y con las nuestras propias, para curarlas. El pacifista y pacificador Aqeela Sherrils lo llama El Movimiento Reverencial. Se trata de lo que amamos y reverenciamos como sagrado: la vida misma.

Haciendo las paces con la Tierra y con nosotros mismos
Tenemos mucha historia para superar. La guerra es un río escarlata que fluye a lo largo y ancho de las épocas. El psicólogo James Hillman sugiere que la guerra está tan profundamente incrustada en nuestra psique que la reverenciamos como si fuera divina: la Guerra Santa.

Tribu contra tribu. Nación contra nación. Guerra contra la Tierra. Guerra contra los pobres. Guerra contra las creencias religiosas. Guerra contra los indígenas. Guerra contra las personas de color. Guerra contra la mujer. La guerra contra El Otro.

Hoy, en los albores del siglo XXI, la tecno-guerra moderna podría llevar a la aniquilación virtual de la civilización humana. Hasta el calentamiento global encontraría la horma de su zapato en el invierno nuclear. Todos somos prisioneros de la guerra.

¿Cómo salimos de ésta con vida? No somos los primeros en formular esa pregunta
El fallecido historiador John Mohawk, de la tribu norteamericana de los Seneca, nos recordaba que la Federación Iroquois -tal vez el gobierno más progresista jamás concebido- fue fraguada como consecuencia de unas guerras atroces. Hace siglos, en una época de salvajes conflictos y atrocidades difíciles de imaginar, un joven, que llegó a ser conocido como el Pacificador, dijo que la guerra enloquece a las personas. Cuando la gente está en guerra, no piensa con claridad.

Él lo argumentaba así: “No tenemos por qué vivir de esa manera. En nuestra mente colectiva tenemos el poder de crear un mundo en el que la gente no use la violencia, sino la razón”. Viajó de poblado en poblado, convenciendo a la gente de que hicieran un pacto contra la violencia, diciéndoles: “Cuando te convences de que tu enemigo no piensa, estás destrozando tu poder de hacer las paces con él. Si queremos usar nuestras mentes para resolver los problemas, primero tenemos que reconocer que las personas del otro bando seguramente quieren que su gente viva, y probablemente desean muchas de las mismas cosas que nosotros deseamos”. La paz empieza por buscar los puntos de interés común con el enemigo.

El Pacificador también enseñó que la paz no es simplemente la ausencia de violencia. No se alcanza a la paz sin justicia. No se alcanza la justicia sin haber defendido los intereses de todas las partes. “Así pues -dijo- nunca acabaréis de resolver realmente los agravios de todos. No puedes llegar a la paz si ésta no se acompaña de un esfuerzo continuo de imponer la justicia. Esto significa que vuestro trabajo nunca acabará”.

El Pacificador no dijo que nos eliminaríamos con armas. Dijo que al fin, si no llegamos a la paz entre nosotros, las personas serían eliminadas de la faz de la Tierra.

La época que vislumbraba El Pacificador ha llegado. Nuestros hábitos beligerantes de hoy amenazan la mismísima base de nuestra sostenibilidad como especie.

La cooperación como llave
Como seres humanos, tenemos un rasgo muy importante a nuestro favor en este histórico momento de cambio. Somos excelentes cooperantes. Ha sido una de nuestras mayores bazas evolutivas como especie. Durante un 99% de nuestra historia, vivimos en pequeños grupos estables de cazadores-recolectores emparentados. Una situación óptima para cultivar el espíritu de íntima colaboración.

La pega es que limitamos nuestra cooperación a nuestros pequeños grupos. Que los extraños anden con cuidado, ya que también podemos convertirnos en maquinas asesinas despiadadamente eficaces. Según observa Robert Sapolsky, neurobiólogo de la Universidad de Stanford, el chip de la xenofobia primal —el miedo al Otro— está incrustado en lo más profundo de nuestro cerebro.

Estudios basados en representaciones ópticas del cerebro demuestran que un grupo de neuronas llamado amígdala (la ubicación de nuestra respuesta de supervivencia de correr-o-luchar) se puede estimular fácilmente mostrando imágenes de otras razas, provocando miedo y agresividad. Sin embargo, las pruebas demuestran que a los individuos que tienen mucha experiencia relacionándose con personas de otras razas, la respuesta de la amígdala no se activa. La amígdala también se queda tranquila cuando vemos a la gente como individuos en vez de miembros de un grupo.

El miedo hacia El Otro
Hay otras maneras comprobadas de mitigar nuestro miedo instintivo hacia El Otro. Una es el comercio. Otra es la de mantener las fronteras permeables y dejar flujos entre grupos. Sapolski concluye: “Los humanos estamos programados para ponernos en guardia delante del Otro, pero nuestras opiniones sobre quién cabe en esa categoría pueden ser muy maleables”.

El reto que nos espera es si podemos suavizar nuestras fronteras culturales excluyentes –-y de hecho, expandir esas fronteras más allá de lo humano— para cooperar a escala global y abrazar un mundo culturalmente diverso y biológicamente interdependiente.

Nuestras heridas son profundas, como viejos malos hábitos. Hay mucho que conviene olvidar. También hay mucho que necesitamos recordar. Sobre todo, tenemos que recordar el futuro.

Las heridas que infligimos sobre la Tierra y sobre los demás son la misma herida.

Bienaventurados sean los pacificadores.

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Modificado
09/02/2017

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