Dos visiones sobre nuestro futuro

Ninguna civilización anterior ha sobrevivido cuando se ha empleado en la destrucción de sus recursos naturales. Tampoco lo hará la nuestra. Sin embargo, los economistas miran hacia el futuro desde una perspectiva diferente. Basándose en gran medida con los datos económicos para medir el progreso, han observado que el crecimiento de 10 de la economía mundial desde 1950 se ha multiplicado por diez así como los beneficios asociados a un mayor  nivel de vida. Esto se considera como el mayor logro de nuestra civilización moderna. Durante este período, los ingresos por persona en el mundo aumentaron casi cuatro veces, mejorando los niveles de vida a niveles antes inimaginables. Hace un siglo, el crecimiento anual en la economía mundial se medía en miles de millones de dólares. Hoy, se mide en  billones. A los ojos de los economistas tradicionales, nuestro sistema económico no sólo tiene un pasado ilustre, sino también un futuro prometedor.


Los economistas tradicionales ven la recesión económica y casi colapso del sistema financiero internacional del 2008-2009 tan sólo como un bache en el camino, aunque sea uno inusualmente grande, y que este precede al retorno del crecimiento normal. Las proyecciones de crecimiento económico, sea por el Banco Mundial, Goldman Sachs, o Deutsche Bank, por lo general muestran que la economía mundial está creciendo alrededor del 3 por ciento cada año. Con estas proyecciones, el crecimiento económico en las próximas décadas es más o menos una extrapolación del crecimiento de las últimas.

Una civilización se colapsa cunado se sobrepasa la capacidad de bioregeneración de la Tierra. Ruinas mayas de Tikal.

Pero los científicos de las disciplinas ambientales ven que el aumento de alrededor de 20 veces de la economía a lo largo del siglo pasado ha puesto de manifiesto un defecto, un defecto tan grave que si no se corrige va a significar el fin de la civilización tal como la conocemos. En algún momento, lo que habían sido demandas excesivas en los sistemas naturales tenían un ámbito geográfico reducido. Sin embargo hoy la presión sobre la biosfera toma un alcance global.


Un estudio realizado por un equipo de científicos liderado por Mathis Wackernagel agregó la repercusión del uso de los recursos naturales del mundo, incluyendo la sobrecarga de dióxido de carbono en la atmósfera, consiguiendo un indicador muy ilustrativo: la huella ecológica. Los autores concluyeron que las demandas colectivas de la humanidad sobrepasaron la capacidad regeneradora de la Tierra alrededor de 1980. En 2007, las demandas globales en los sistemas naturales de la Tierra superó los rendimientos sostenibles en un 50 por ciento. Dicho en otro manera, se necesitarían 1,5 planetas Tierra para mantener nuestro consumo actual. Si usamos los indicadores ambientales para evaluar nuestra situación tales como la decadencia global de la economía basada en los sistemas naturales, la decadencia ambiental que desembocará en decadencia y colapso social, está claro que no vamos por el buen camino.


¿Como nos metimos en este lío? Nuestra economía está basada en el mercado mundial, que tal como está administrado actualmente, tiene serios problemas.  El mercado hace muchas cosas bien. Se asigna los recursos con una eficiencia que ningún planificador central podía ni imaginar, mucho menos lograr.

Los precios de la energía actual no incluye las externalidades que causa sobre la degradación del entorno a escala local pero también global.

Sin embargo, el mercado, que fija los precios, no nos está diciendo la verdad. Se está omitiendo los costes indirectos que, en algunos casos, superan con creces los costes directos. Consideremos la gasolina: el bombeo de petróleo, refinarlo en gasolina, y la entrega a las estaciones de servicio de los Estados Unidos puede costar, digamos, tres dólares por galón. Los costes indirectos, incluyendo el cambio climático, el tratamiento de enfermedades respiratorias, los derrames de petróleo, y la presencia militar de EE.UU. en el Oriente Medio para garantizar el acceso al petróleo, suman a doce dólares por galón. Cálculos similares pueden hacerse para el carbón.


Nos engañamos con nuestro sistema de contabilidad. Dejando tan enormes costes fuera de los libros de contabilidad ambiental sólo puede ser una fórmula para ir a la bancarrota. Las tendencias ambientales son los indicadores principales que nos dicen lo que se avecina sobre la economía y en última instancia, para la propia sociedad. La caída de los niveles de agua freática de hoy señalan un aumento de precios de los alimentos de mañana. La disminución de las capas de hielo polares son un preludio a la caída de valor de las zonas y construcciones en las costas.  


Más allá de esto, la economía tradicional presta poco atención a los umbrales de rendimiento sostenible de los sistemas naturales de la Tierra. El pensamiento económico moderno y la formulación de políticas neoliberales han creado una economía que está tan fuera de sintonía con el ecosistema del cual depende que se está acercando al colapso. ¿Cómo podemos asumir que el crecimiento de un sistema económico que está disminuyendo los bosques del mundo, erosionando sus suelos, y agotando sus acuíferos, colapsando sus pesquerías, elevando su temperatura, y derritiendo los polos glaciares pueda proyectarse hacia el futuro a largo plazo? ¿Cuál es el proceso intelectual que sustenta estas extrapolaciones?

Debemos dejar de pensar que el centro de la Tierra somos nosotros y nuestros deseos. No somos más que las criaturas malcriadas que el planeta Tierra acuna.

Estamos frente a una situación similar a la de la astronomía cuando entró Copérnico a la escena de la ciencia. En aquel momento se creía que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Así como Copérnico tuviera que formular una nueva visión astronómica del mundo después de varias décadas de observaciones celestiales y cálculos matemáticos, también nosotros tenemos que formular una nueva visión del mundo basado en décadas de observaciones y análisis ambientales.


El registro arqueológico indica que el colapso civilizacional no sobreviene de repente. Los arqueólogos que han analizando las civilizaciones anteriores hablan sobre un escenario de declive y colapso. El colapso económica y social casi siempre fue precedido por un periodo de deterioro del medio ambiente.


Para los civilizaciones anteriores, a veces era una tendencia ambiental que luego marcó la tendencia hacia su decadencia. Para Sumeria, el aumento de las concentraciones de sal en el suelo, como resultado de un defecto ambiental en el diseño de su sistema de riego, produjo una disminución en los rendimientos del cultivo de trigo. Los sumerios dieron el salto al cultivo de la cebada, un cultivo más tolerante a la salinidad. Pero eventualmente los rendimientos de la cebada también  comenzaron a decaer. El colapso de la civilización siguió.

Las civilizaciones que nos procedieron lo hicieron por un abuso de los recursos naturales disponibles en su entorno que les llevó al colapso como le pasó a la civilización sumeria. Zigurat de la antigua Ur (siglo XXI a. C.), erigido cerca de Nasiriya, Irak.

Para los mayas, fue la deforestación y la erosión del suelo. Cuando más y más tierra se deforestó para la agricultura que alimenetaba la expansión del imperio, la erosión del suelo socavaba más y más la productividad de sus tierras tropicales. Un equipo de científicos de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio ha señalado que las talas de arbolado por parte de los mayas probablemente alteró el clima regional, reduciendo la lluvia. En efecto, los científicos sugieran que era la convergencia de varias tendencias ambientales que unos se reforzaron con los otros; el resultado fue la escasez de alimentos que provocaron la caída de la civilización maya.


A pesar de que vivimos en una sociedad muy urbana y tecnológicamente avanzada, somos dependientes de los sistemas naturales del planeta igual como lo eran los sumerios y los mayas. Si seguimos haciendo lo de siempre, el colapso de la civilización ya no es una cuestión de sí, sino de cuando. Ahora, tenemos una economía que está destruyendo los recursos y sistemas naturales, una economía que nos ha puesto en la ruta de la decadencia y el colapso.


La realidad de nuestra situación puede ser clara para los economistas tradicionales, pero mientras asistimos a los primeros efectos económicos del consumo desmedido de  recursos de la tierra, como el aumento de los precios mundiales de los alimentos. En el plano social, esta tendencia está extendiendo aún más el hambre.

Las tierras de cultivadas con alta intensidad energética en riego, fertilizantes y plaguicidas no son sostenibles.

Dado que el crecimiento rápido de la población continúa, las tierras de cultivo se vuelve escasas, los pozos se secan, los bosques desaparecen, los suelos se erosionan, crece el desempleo, y se extiende el hambre. A medida que la degradación ambiental y las tensiones económicas y sociales aumentan, los gobiernos más frágiles pierden su capacidad de gobernar. Se convierten en Estados fallidos, países cuyos gobiernos ya no pueden garantizar la seguridad personal, la seguridad alimentaria, o los servicios sociales básicos, como educación y salud. A medida que la lista de Estados fallidos crece más cada año, se plantea una pregunta inquietante: ¿Cuántos Estados deben fallar antes de que nuestra civilización global empieza a desmoronarse?


¿Cuánto tiempo podemos permanecer en la fase de declive, tanto si se mide en la liquidación de activos naturales, la propagación  del hambre, o en Estados en bancarrota, antes de que nuestra civilización global comience a descomponerse? Estamos peligrosamente al borde del abismo. Peter Goldmark, el ex presidente de la Fundación Rockefeller, lo pone así: “La muerte de nuestra civilización ya no es una teoría o una posibilidad académica; es el camino en que nos encontramos.”

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Adaptado de “ World from the Edge” de Lester R. Brown. El libro completo disponible en línea en www.earth-policy.org/books/wote. Traducción autorizada por el Earth Policy Institute.

Modificado
09/02/2017

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