Inspirando la desobediencia

¿Cómo reaccionar cuando un gobierno adopta medidas que perjudican a la mayoría de la ciudadanía? ¿Cómo reaccionar cuando con las llamadas políticas neoliberales van desmantelando los servicios públicos que trataban de garantizar la igualdad y la solidaridad? ¿Cómo reaccionar cuando los mercados globales financieros se apoderan de la política y el ahorro colectivo? Aunque pueda sonar exagerado, éstas son algunas de las realidades socioeconómicas en las cuales estamos inmersos. Y aparentemente, es poco lo que podemos hacer. Estamos sometidos a un tratamiento de shock diario para que pensemos que sólo cabe la resignación. Nos invaden con miles de anuncios publicitarios de novedades, tecnológicas, perfumes o de cualquier producto, que aseguran nos proporcionarán una vida más placentera, más feliz. Nada parece que permita detener esta oleada global liderada por las corporaciones empresariales manejando a los gobiernos como títeres. Y sin embargo, el objeto real de deseo de los poderes fácticos somos cada uno de nosotros. Porque con nuestras conductas diarias podemos abrir nuevos horizontes. Basta simplemente en negarnos al aborregamiento y tomar conciencia de nuestro poder.

La gente encuentra motivos para salir a la calle y manifestarse multitudinariamente contra una causa común. Sin embargo, es en nuestro comportamiento y acciones cotidianas donde determinamos realmente nuestros derechos.

El espejismo de la economía canalla
Henry David Thoreau (1817-1862) eligió ir a la cárcel, aunque sólo por una noche, al negarse a pagar los impuestos que le exigía su gobierno. Un gobierno que repudiaba porque admitía la esclavitud y guerreaba con México. Luego, trasladó aquel gesto y su significado en su célebre ensayo: Del Deber de la Desobediencia civil (1849). Sus reflexiones sobre las posibilidades de la resistencia pasiva de la ciudadanía serían adoptadas casi un siglo más tarde por el liberador de India del imperio británico, el líder espiritual y político Mahatma Gandhi (1869-1948).

Hoy, más de un siglo y medio después del gesto de Thoreau, se dan las condiciones para que nuestra sociedad responda con la desobediencia no tanto contra los Estados, que también, sino sobretodo con las fuerzas que articulan realmente la política. Así lo analizan algunos expertos. En su último libro (La Mordaza. Las verdaderas razones de la crisis económica), la economista Loretta Napoleoni, autora también del libro Economía canalla lo deja claro: “La oculta interdependencia entre terrorismo y economía va bastante más allá de la restricción del crédito, de la recesión y de la crisis del euro. Desde el 11-S ha ido extendiendo las fronteras de un mundo en la sombra que amenaza con reemplazar al nuestro si no nos desprendemos del legado de la guerra contra el terror. Traer a las tropas a casa no es suficiente; debemos centrar la atención en el verdadero objetivo de esta guerra, en la cuerda de salvamento del terrorismo: el dinero”.

Tras el "low-cost" sea en servicios o bienes de consumo detrás hay siempre alguna injusticia. Nuestra vida barata es a costa de perder la calidad, sea ambiental o social.

No hay duda de que el dinero lo mueve todo. Y había que cazar seres humanos con sus deseos. Nos facilitaron el crédito aparentemente barato para que pudiéramos vivir por sobre de nuestras posibilidades. Nos dieron vuelos “low cost”, nos facilitaron hipotecas y créditos sin darle importancia a los intereses, como si de un regalo merecido por el esfuerzo como trabajadores y consumidores se tratara. En realidad, no era más que una pura trampa de enriquecimiento de las grandes corporaciones con métodos políticamente correctos. De hecho, Thoreau ya afirmaba que “La mayoría de los hombres viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de la desesperación”. A su vez, advertía que: “Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios. No se puede creer firmemente, sin pruebas, en alguna forma de pensar o de hacer, por antigua que sea. Lo que hoy todo el mundo repite y acepta como verdadero, puede convertirse en mentira mañana, una mera opinión de humo que algunos creyeron fuera nube que daría agua fertilizadora para los campos”.

Antes ciudadanos que súbditos
Podríamos pensar que una huelga general ciudadana, como la convocada el 29 de Septiembre de 2010, puede ser inútil porque nada puede ser cambiado. Podríamos pensar que estamos tan rodeados y apegados a nuestra realidad socio-económica, que toda posibilidad de adoptar una sociedad más sostenible es realmente imposible. Pero mientras pensamos, si es que lo hacemos, entre 1999-2008, las mayores empresas españolas vieron aumentar sus beneficios netos un 73% (casi el doble de la media de la UE-15), mientras que los costes laborales aumentaron durante el mismo periodo sólo un 3,7% (casi cinco veces menos que en la UE-15). En otras palabras las grandes empresas están más que exprimiendo la sociedad a la cual deberían servir y sobre la que se sostienen. En realidad, se comportan como depredadores insaciables, del esfuerzo humano y de la externalización de los costes medioambientales. La política está maniatada y amordazada, es cómplice de esta brutal extorsión de la humanidad sobre la humanidad. Thoreau era realista: “Abundan los oradores, los políticos, los hombres especialmente elocuentes, se cuentan por miles; pero no ha abierto aún la boca aquel orador capaz de resolver los numerosos y muy vilipendiados problemas que nos acucian hoy. Nos gusta la elocuencia por sí misma, y no por la verdad de que pueda ser portadora, o por el heroísmo que pueda inspirar.”

El dinero todo lo compra, excepto la opción de vivir en vida simple.

Los llamados sistemas democráticos actualmente no son más que una representación teatral del poder del dinero. Porque también los partidos políticos están endeudados, igual que la ciudadanía. Ellos también cayeron en las garras del sistema financiero mientras, luego, pretendían implementar políticas sociales recortadas. Por este motivo, poco a poco, la ilusión ciudadana se va desvaneciendo mientras la privatización incesante va despojándonos de nuestras últimas fórmulas de solidaridad cívica. Nuevamente, Thoreau se anticipaba y nos mostraba que la historia se repite: “Creo que antes que súbditos tenemos que ser hombres. No es deseable cultivar respeto por la ley más de por lo que es correcto. La única obligación a la que tengo derecho de asumir es a la de hacer siempre lo que creo correcto… El carácter de los votantes no entra en juego. Deposito mi voto, por si acaso, pues lo creo correcto, pero no estoy comprometido en forma vital con que esa corrección prevalezca. Se lo dejo a la mayoría. La obligación de mi voto, por lo tanto, nunca excede la conveniencia. Aún votar por lo correcto no es hacer nada por ello. Es simplemente expresar bien débilmente ante los demás un deseo de que eso (lo correcto) prevalezca”.

Más austeridad y menos prozac

La solución sin duda pasa por adoptar un estilo de vida más austero, no sólo para reducir nuestro impacto sobre los recursos planetarios finitos, sino también para derribar el poder a la sombra que ejercen las grandes corporaciones. Éstas poseen el dinero y los recursos porque nos interesa tener sus productos, sus novedades constantes. Thoreau, lo dejaba claro: “Las cosas no varían, nosotros sí. La humildad, como la oscuridad, revela las luces del cielo. La luz que enceguece nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo alborea el día para el cual estamos despiertos. Hay aún muchos días por amanecer. El sol no es sino una estrella de la mañana”.

Pan y circo, una vieja fórmula para mantener en la alienación a la mayoría de la población.

No podemos sumirnos en la depresión por la tenaza económica. Se puede sobrevivir sin dinero, con las redes sociales, con la cooperación entre ciudadanos, compartiendo el tiempo y ofrecer nuestras mejores habilidades de forma justa. Si nos fijamos, tenemos más posibilidades para alcanzar un estilo de vida inteligente que no de alienación absoluta. Cada vez más, desde las ciudades nacen iniciativas que nos inspiran para frenar el derroche energético y materialista a la vez que reducir las emisiones de efecto invernadero y vivir de forma austera. Cada vez más personas sienten instintivamente que han de participar para frenar la alocada carrera hacia la destrucción masiva como hicieron antaño otras civilizaciones, desde la romana hasta la azteca. Cada vez más personas advierten que es imprescindible que para que el mundo cambie, debemos primero cambiar nosotros. En este cambio personal, desobedecer la tiranía del dinero, de la financiación y el precio barato es una de nuestras mejores bazas.

El poder radica en cada persona
Los gobiernos no cambian sin la presión de los votantes. Las corporaciones y las pléyades de think-thank trabajan para obstaculizar, adormecer a los votantes, anestesiarnos para que no inciten cambio alguno desde el liderazgo político. La globalización permite doblegar, sin rostros, sin nombres y sin gestos públicamente violentos (salvo excepciones), cualquier iniciativa de cambio de rumbo, que no sea a favor de empobrecer y alienar a la población. La vieja fórmula “pan y circo” sigue funcionando y arrastra a masas. El paro, la amenaza de ser echado de una vivienda (que por cierto es un derecho humano básico) porque no puedes pagar la hipoteca, o la amenaza terrorista, son sólo el maquillaje de la verdadera realidad para que continuemos siendo consumidores y esclavos del dinero, sin disponer de nuestro tiempo.

Podemos dejar que el mundo se nos hunda lentamente bajo nuestros pies, o alzarnos y decir: basta y pasar a la acción.

Nada es fácil, pero no podemos sucumbir a la frustración de que no hay nada que hacer. Esa es la realidad que hay que combatir. Cada uno de nosotros podemos ser el cambio que queremos ver en el mundo. Cada uno de nosotros tenemos más oportunidades de las que imaginamos para desobedecer, dejando de consumir y liberándonos de la presión mediática. Cuando dejamos estas drogas, -que nos adormecen, nos aborregan y que hacen que nos perdamos a nosotros mismos y a nuestra felicidad-, nuestra vida toma otro sentido. Meditar, sentir la naturaleza, compartir el tiempo en labores solidarias, son algunas de estas posibilidades. Basta, tan sólo dar un paso al frente y empezar a caminar en el camino de la desobediencia o mejor dicho en el camino de la fraternidad, la igualdad y la libertad. Tan antiguo como actual.

 

Texto: Jordi Miralles, presidente de Fundación Tierra.

Modificado
09/02/2017

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