Un ecologista frente a unas elecciones en pleno otoño




Un ecologista frente a unas elecciones en pleno otoño ##fechadiario##





1. Las hojas caidas, un buen símbolo de que hay que renovarse
2. Los colores otoñales nos recuerdan la importancia de la diversidad
3. El fruto de la granada, un bello acto de amor de la Madre Naturaleza

La cultura democrática se expresa esencialmente en el equilibrio entre deberes y derechos. Uno de estos derechos es precisamente elegir libremente a nuestros representantes políticos. El deber es ser un ciudadano responsable con la norma constitucional y las leyes vigentes. Sin embargo, demasiado a menudo anteponemos nuestros intereses a los colectivos, momento en que el peso de la ley puede atarnos. En un país como el nuestro, de las llamadas autonomías (un eufemismo de un federalismo infantil incapaz de hacerse adulto), nos sume cada cuatro años a elegir a representantes al Parlamento territorial. De donde es uno hoy es tan difícil como saber donde uno reside. Así que no importa el lugar de nacimiento más que como algo que está en el corazón, porqué lo real es donde uno cumple con sus obligaciones. Y ahora me toca ejercer el derecho a voto.

La política se ha convertido en algo ajeno en muchas ocasiones a la ciudadanía aunque la política debería ser lo más próximo. El desencanto público campa a sus anchas al no ver cumplidos los compromisos que aceptamos ya sea porqué nuestro voto los respaldaba o porqué simplemente lo hacía por pasiva en el marco de convivencia democrático. Pero más allá de lo mundano hay otras realidades que la mundialización nos impone. Una de estas es precisamente la lucha contra el cambio climático. En el Estado español ya incumplimos con creces los compromisos internacionales aumentando en más de un 45 % las emisiones tóxicas a la atmósfera. Tampoco somos nada aventajados en el reciclaje de las basuras para minimizar sus efectos ambientales. Y no digamos sobre el consumo de agua ajenos a la sequía que nos impone nuestro clima. Tampoco podemos olvidar el trato que damos al paisaje y a la naturaleza que nos acompaña en nuestro quehacer diario.

Hay partidos e ideologías para todos los gustos pero al analizar los programas políticos que se nos proponen uno puede albergar dudas razonables que a muchos de las formaciones políticas se les escapan algunos de estos compromisos esenciales que superan lo local. Izquierda y derecha en política expresan dos maneras de entender la realidad y cada cual puede sentirse cómodo en una u otra. Pero, también sería deseable que más allá de las ideologías se respetaran los deberes colectivos. Hoy por hoy somos de donde vivimos pero nos guste o no vivimos en un planeta finito, pero unido como en ningún otro período de la historia. Un accidente radioactivo en Ucrania alcanza peligrosamente a todo un continente con efectos más o menos intensos. La sobrepesca en un océano concreto tiene efectos globales. Nos guste o no uno vive donde vive pero consume ya casi el equivalente a dos planetas. Otros simplemente no tienen ni para sobrevivir como humanos con dignidad.

Escoger entre uno candidato u otro no es tan sólo un ejercicio de elección por uno gallardo u otro modosito, por uno ecologista que por otro nacionalista. Un programa político ni que sea para gobernar un pedazo de la Tierra no puede ya ser ajeno a lo global. Posiblemente, nos gustaría tener más carreteras pero superadas las emisiones de tóxicas del transporte privado que representan un 40 % de estas lo sensato es apostar por un transporte colectivo eficiente energéticamente hablando y que sea más sostenible. Posiblemente, nos gustaría disponer de una vivienda digna y asequible, pero no se puede construir simplemente con una arquitectura de tres al cuarto que desperdicia energía por un envoltorio carente de los mínimos en el aislamiento necesario o prescindiendo del aprovechamiento de la energía solar u otras formas de ahorro energético como la geotermia que se almacena en el suelo. Posiblemente, nos gustaría poder compartir nuestro entorno con otras culturas más necesitadas, pero no podemos tolerar que los derechos y deberes colectivos conseguidos con tanto esfuerzo a lo largo de la historia se impongan a las tradiciones que no respetan la mínima igualdad entre sexos y culturas.

En todo esta maraña la política, sea territorial, estatal o continental debe ser considerar que con sus decisiones pueden afectarse las necesidades de las generaciones futuras. Uno analiza los programas políticos de la formaciones que pueden representarnos y no es fácil discernir, pero ciertamente hay un faro del que no podemos alejarnos. Este faro es que se respete algo tan esencial como la solidaridad global e intergeneracional. En un momento determinado las elecciones son para un territorio determinado pero en todo momento forman parte de algo común que nos une como humanos: un único planeta. Un planeta que está al borde del colapso por un exceso de depredación e intoxicación por nuestra actividad vital.

Urge adoptar un estilo de vida más simple, un estilo de vida que ahorre en energía y recursos naturales, un estilo de vida que no atente contra el planeta que legamos a nuestros hijos. Algunos más que otros somos conscientes que tenemos un compromiso con las generaciones futuras pero está claro que no podemos legarles un planeta baldío a nuestros hijas/os. Formamos parte de un todo y debemos, por solidaridad o por puro egoísmo, ser conscientes de la importancia de que la suma de las partes puede superar el total. Es ahí donde lemas como “los pequeños cambios son poderosos” toman toda su fuerza. Me enfrento al dilema de qué votar. El panorama no es nada alentador. Pero, lo último que puede sucumbir es el anhelo democrático. Votar es un deber para tener derechos. Deberes que a veces deben ser recordados con el mismo entusiasmo que uno asume tener derechos. Precisamente, cuando más decepcionado socialmente hablando uno puede estar más importante se convierte el voto.

Cada cual elige en el marco democrático. A mí me gustaría que lo social o colectivo se impusiera sobre lo privado. A mí me gustaría que lo global no sucumbiera a lo local. A mí me gustaría que la convivencia respetara las convicciones privadas pero sin privilegios para unas personas sobre las otras. A mí me gustaría que la educación fuera una oportunidad para todos sin excepción. A mí me gustaría que el transporte fuera un servicio de calidad que no causara 16.000 muertos por la contaminación de lo privado. A mí me gustaría la pobreza cero y que las oportunidades no excluyeran a humano alguno por la condición de su procedencia. A mí me gustaría que la solidaridad primara sobre lo partidista. Se que no es sencillo ejercer el derecho de voto en tiempos convulsos, pero votaré. Votaré por mis convicciones por un mundo más sostenible en lo local sin olvidar lo global. No votaré para otorgar un cheque en blanco porqué tras este deber tengo el derecho a continuar reclamando por lo incumplido. Pero también soy consciente que más allá de la fuerza del voto está la fuerza de nuestras convicciones personales para contribuir desde la suma de voluntades ciudadanas para impulsar el cambio que me ilusionan como humano. Uno vota hoy pero el deber de la sensatez se nos presenta a diario en nuestra cotidianidad. Al final la política no es más que la expresión de la tozudez de la ciudadanía. Tenemos un compromiso con el planeta Tierra desde lo local. Esta es mi prioridad y tengo el derecho por valor democrático a expresarlo. Al final, un colectivo humano no es otra cosa que la suma de expresiones en un determinado sentido.

Pronto se vota en mi territorio. Otro día será en otra tierra y con otros ciudadanos. Pero al final no podemos olvidar que la suma de todos es la que amenaza la supervivencia de la misma forma que es la suma de todos la que puede desde la simplicidad vital impulsar un nuevo futuro más ecológico, equitativo y ético. Un futuro de igualdad entre sexos, religiones y culturas, con deberes y derechos libremente aceptados y compartidos con la racionalidad que nos define como humanos. Pero no es menos cierto que los políticos deben comprometerse a fondo con los programas que proponen o dejar su cargo como animan los ciudadanos de la red Cumplid o marcharos. Con esta perspectiva es menos difícil algo tan complejo como otorgar un voto y ejercerlo responsablemente.



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Modificado
09/02/2017

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