La magia de los árboles

Si en algún lugar tiene la felicidad su morada, seguro que se encuentra a la sombra de un árbol viejo. ¿Quizá se halle escondida entre sus frondosas ramas? Allí está siempre esperándome y allí la encuentro siempre que la extravío. Esta es una de las muchas verdades que contiene el libro La magia de los árboles. Como bien uno puede leer en la solapa del mismo es un libro sin precedentes en cuanto a la originalidad, sentido y coherencia de sus propuestas para iniciarse en el frondoso mundo de los árboles. A través de sus páginas, Ignacio Abella nos adentra en aspectos tan diversos como la biología, la función de los árboles en el entorno, las técnicas de siembra, plantación y cuidados; la planificación del paisaje o los puntos de vista inspirados en la tradición o en experiencias que ponen de manifiesto el significado espiritual que el árbol tiene para el hombre, junto a las diferentes formas de hermanamiento con él que aún podemos revivir.

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Título original: La magia de los árboles
Autor: Ignacio Abella
Fotografías: Oriol Alamany, Juan Carlos Muñoz, Ignacio Abella y otros.
Editorial: RBA Libros.
Colección: Integral
Barcelona, 1996, 2003 y 2005.

La magia de los árboles es un libro que nos ayuda a entender el árbol como una entidad con la que podemos relacionarnos a diferentes niveles. Pero, subyace a lo largo del mismo esta visión del árbol como ser sagrado y capaz de mantener el lazo espiritual con los hombres. Para animar a su lectura íntegra reproducimos algunos párrafos del mismo.

“Este conjunto de prácticas relacionadas con el árbol nos remonta a un lejano pasado esplendoroso, a una época dorada en la que el estado natural del hombre era la unión con la Madre Tierra y todas sus manifestaciones. Sin embargo, casi siempre, los rituales nos llegan desvirtuados, las tradiciones pierden el sentido originario cuando se quiebra la línea de transmisión. Hoy las viejas costumbres deben rescatarse y más que nunca necesitamos recuperar y revivir la religión natural, el sentido espiritual de nuestra presencia en la Tierra. El diálogo entre los espíritus arbóreo y humano no solamente nos beneficia a nosotros: la máxima realización del árbol es ser elegido y utilizado por el hombre y fundirse de algún modo con él; entonces ambos seres se complementan, el árbol accede al pensamiento humano, a la conciencia, y el hombre a la inspiración divina a través de la quietud y el equilibrio, de la divinidad y perfecta inocencia que crece en los árboles.

El sueño sobre sus raíces, bajo sus ramas, nos aporta siempre un descanso reparador, nos relajan los murmullos del viento y los animales entre las ramas; se producen sueños intensos y hermosos y, al despertar, a veces atrapamos un rayo de luz en forma de una pequeña revelación, la clave de un secreto en el que hemos urgado largo tiempo, un éxtasis sereno que nos mantendrá risueños el resto del día. Al acercarnos de nuevo a su vera podemos inventar una canción o una oración para regalar a nuestro amigo.

Firmemente enraizados en la tierra y con su copa abierta hacia el cielo, los árboles son uno de los símbolos vivientes más poderosos. Foto: Fundación Tierra.

Inmensa debe ser la alegría y plenitud del árbol elegido por una comunidad o un pueblo, especialmente, si los hombres son verdaderamente conscientes del valor de esta presencia. De igual forma que nos alimenta sirve de referencia el contacto asiduo con personas evolucionadas, la búsqueda y compañía de los árboles ent nos nutre física y espiritualmente.

La elección de los árboles que nos servirán de guía se hace a través del corazón y la intuición. En ocasiones, se produce un reconocimiento instantáneo por ambas partes y surge el flechazo; otras veces nos dejamos llevar por una especie de llamada o invitación, o por un simple sentimiento de simpatía. De cualquier manera, cuando se establece la sintonia, empezamos a comprender la generosidad de estos seres, su carácter hospitalitario, su actitud de confianza y respeto hacia la vida; ni siquiera podemos decir que les falta hablar, pues la comunicación puede ser mucho más fluida e intensa que con muchos de nuestros congéneres. En cuanto al don de la palabra, inmediatamente comprendemos que es del todo superfluo para ellos. Los árboles siempre conceden audiencia y reciben amablemente a quien los busca y necesita. Tienen el espíritu abierto a todos los espíritus. Sus cualidades de inmovilidad y estabilidad, neutralidad y ecuanimidad, la sabiduría de su ritmo, les otorga una especial cualidad como amigos, consejeros y confesores. Si nos sentamos en el hueco de su tronco, bajo la protección de su corteza podemos vivir parte de su grandeza.

En el árbol encontramos la posibilidad de hermanamiento con él y sentir la naturaleza en toda su expresión. Foto: Fundación Tierra.

Careciendo de la facultad de moverse, su voluntad se concentra en el mundo de la materia y la energía, y su fluir, de la sensación y experimentación. Tienen memoria y un alto grado de percepción respecto a su entorno y estado anímico de los seres que les rodean.

Como si ellos nunca hubieran salido del paraíso, conservan una gran paz interior y afinidad con los mundos espirituales. La divinidad es aquí palpable y, tras el diálogo, podemos sentirla más tarde, aun cuando estemos ya muy lejos del árbol que nos acogió, con sólo visitarlo mentalmente, evocar el recuerdo de sus gruesos pies y su inmenso tronco, del sosiego que nos inundó.

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El árbol como sendero de autoconocimiento y comunión con la naturaleza exterior e interior.

La fuerza que genera en nosotros este enlace no se manifiesta, tanto, como podría pensarse, en un gran vigor físico o euforia, como en una peculiar calma regeneradora. Nos ayuda a recuperar el equilibrio, la serenidad y sensibilidad. Nos hace más fluidos y restaura en definitiva la salud, modificando el ritmo y nivel físico, emocional y mental. Es como si conectáramos en otra red de energía, en símil eléctrico, de mayor potencia y más baja frecuencia. La mera cercanía a uno de estos santuarios silvestres nos suerte en su aura intemporal, en la parsimonia y sabiduría de la Madre Tierra; por eso es tan importante buscar a estos seres e inventar mil excusas para pasar largos ratos bajo su protección (una de ellas es este libro).

No podemos pretender un acercamiento a estas entidades, el florecimiento de una nueva cultura-religión-arborícola, si seguimos arrasando bosques y poniendo en peligro la supervivencia del planeta o utilizando el árbol como símbolo vacío, motivo de orgullo, erudición e incluso comercial. En este sentido, la proliferación de árboles en anagramas de compañías de seguros, bancos, comercios y grupos políticos es a veces una insultante hipocresía.

Cuando caminamos entre los árboles en un parque o en un bosque podemos dejar fluir su energía a través nuestro. Los celtas, pero también los íberos, creían que cada árbol era poseedor de un espíritu sabio y que sus voces podían escucharse con sólo abrirles nuestro corazón. Hoy parte de este legado cultural milenario está siendo recuperado porque los árboles nos ayudan a reestablecer contacto con el poder de la naturaleza, trabajar para sanarnos, relajarnos, fortalecernos y, sobre todo, ayudan a comunicarnos los mensajes de la Madre Tierra".

Modificado
09/02/2017

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