Las riquezas verdaderas

Os presentamos una selección de textos de una obra recientemente publicada de Jean Giono, el conocido autor de El hombre que plantaba árboles. Es un libro singular que recomendamos. En esta ocasión y para animar a su lectura hemos recopilado diferentes párrafos de la obra, para que simulen un relato, aunque cada en realidad cada párrafo está integrado en la obra en un contexto propio y diferente de esta composición. En cualquier caso, es nuestro pequeño homenaje al autor. Al final os referenciamos la obra a la que pertenecen estas bellas y sabias palabras
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"La vida arde todo el tiempo en el cuerpo de los habitantes de la ciudad, no ya en interés de la alegría de la llama sino en interés de la utilización de la llama. La vida de cada individuo ya no tiene un propietario regular, sino que pertenece a otro, que a su vez pertenece a la ciudad. Una cadena sin fin de esclavitud donde lo que se produce se destruye sin crear ni alegría ni libertad... Aquí el trabajo ya no está hecho a la medida del hombre, ni de su alegría, ni de su corazón. Se ha vuelto desgradable inútil y devastador.

Lo extraordinario de nuestra condición humana no es la inteligencia que nosotros mismos nos hemos creado, que dirigimos como un rayo a nuestro antojo, o eso creemos (porque lo desconocidola refracta siempre). Lo extraordinario es nuestra capacidad para la amalgama, esa parte divina de nosotros mismos, siempre insumisa, y que hace de nosotros la representación del mundo.

Entiendo que mi razón de ser es la razón de ser de todos. Y por eso opinio que somos un inmenso bosque en movimiento. Porque la riqueza del hombre reside en su corazón. Es el rey del mundo en su corazón. Vivir no exige poseer tantas cosas.

La sociedad construida sobre el dinero destruye las cosechas, destruye a los animales, destruye a los hombres, destruye la alegría, destruye el mundo auténtico, destruye la paz, destruye las riquezas verdaderas.

Los hombres han creado un planeta nuevo: el planeta de la miseria y de la desdicha de los cuerpos. Han dejado desierta la tierra. Ya no quieren ni fruta, ni libertad, ni alegría. Ya sólo quieren lo que inventan y fabrican ellos. Tienen trozos de papel que llaman dinero. Para conseguir una mayor cantidad de trozos de papel deciden inesperadamente sacrificar hay enterrar.

Las formas de sociedad en que hemos vivido hasta ahora han instalado en la tierra la desdicha de los cuerpos. ¿Quién, en la sociedad moderna, dispone de la libertad suficiente para conocer el mundo? Existen hombres que no saben qué es un árbol, la hierba, el viento primaveral, el galope de un caballo, los andares del buey, la luz del cielo. Incluso los más libres desdeñan la ciencia autétnica y se pasan la vida jugando con especulaciones metafísicas. Las gloras brotan a su alrededor igual que un arco iris; pero ellos se encieran, se aislan de un mundo que tienen la misión de habitar.

En toda la faz de la tierra, todos los animales libres comen hasta saciarse. En la sociedad del dinero sólo el veintiocho por ciento de los hombres come hasta saciarse. El setenta por ciento de los trabajadores nunca ha descansado, nunca ha tenido tiempo de contemparl un árbol en flor, no conoce la primavera en las colinas. Porducen objetos manufacturados. El cuarenta por ciento de los objetos que fabrican sin descanso carece de significado para la vida humana. El cincuenta y tres por ciento de los objetivos fabricados que pueden ayudar a la vida se queda en los almacenes, no se compra, se destruye, se reconvierte en materia que se da de nuevo al obrero, que rehace el objeto, que luego se redestruye. El obrero es el único eque vive por completo en el planeta de la miseria y la desdicha de los cuerpos.

Portada dellibro publicado por Editorial Errata Naturae.

Para ser feliz hay que destruir esta sociedad construida sobre el dinero. Poseer puede constituir la gloria del hombre siempre y cuando aquello que posee merezca la pena. No te digo que te sacrifiques para las generaciones futuras; eso son palabras que se emplean para confundir a las generaciones actuales; yo te digo: procúrate tu propia alegria. Vive naturalmente; y dado que en la sociedad moderna eso se considera una locura, instaura la sociedad que lo encontrará lógico. Lo único que se necesita para que exista es un pequeño empujón de tus manos.

Mi alegría sólo perdurará si es la alegría de todos. No quiero atravesar las batallas con una rosa en la mano" (1).

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(1) Todas estos párrafos pertenecen al libro Las riquezas verdaderas, de Jean Giono (conocido sobretodo por su obra El hombre que plantaba árboles). Se trata de una apasionada y sólida denuncia de la sociedad contemporánea, de aquellas obligaciones y mecanismos, tantas veces inútiles, que abarrotan y al tiempo vacían nuestras vidas. Y una reivindicación, por tanto, de los placeres sencillos pero auténticos de la tierra.

Giono, contrapone la pseudoabundancia de nuestras ciudades, generadora de tanta frustración, con las riquezas verdaderas de la vida simple, vinculada a la naturaleza y los espacios rurales. Y, por supuesto, Giono sabe bien de lo que habla, pues este libro fue escrito como testimonio de un proyecto de insubordinación comunitaria que él mismo creó junto a aquellos amigos que decidieron abandonar París como él y comenzar una nueva vida en un valle de la Provenza.

Un libro bello en el sentido hondo del adjetivo, conmovedor y generoso, en el que no caben aderezos y que nos habla sin concesiones sobre ese otro modo de habitar la tierra.

Artículo elaborado por la redacción de terra.org.

Modificado
09/02/2017

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